Nos hemos quedado con muchas ganas de ir este año al Salón del Mueble de Milán, pero tenemos la suerte de que nuestro buen amigo Bernabé sí ha estado y esta semana repetimos post con él. Esperamos que os guste tanto como a nosotras.
«Ayer sin ir más lejos, emprendía escéptico un viaje tempranero a Milán con la intención de ver el salón del mueble, una feria más, pensé. Había estado hace unos años en una ciudad fría, con bruma en la mañana y plomiza en el ocaso y de gentes melancólicas, de semblante estirado ellas. Con ese panorama, os podéis imaginar que fue aquel un viaje oscuro como la capa de suciedad del Duomo y sin trascendencia alguna.
Lo que contaré a continuación bien podría ser de otra ciudad, incluso de otra época, la del disfrute, la de laDolce Vita. De repente, como una aparición se tratase, al salir de las Galerías Vittorio Emanueleapareció ante mí el Duomoen su puesta de largo. Impoluto y majestuoso, resplandecía su vestido de piedra blanquecina como en ninguna otra ocasión con el Museo del Novecento como pareja de baile. Sabía que era su momento de resurgir; el Salone del Mobile, la Triennale y la Exposición Universal son demasiados eventos como para no comprarse un nuevo atuendo y salir a exhibirlo de fiesta.
Aquello tenía que ser una epidemia. La ciudad entera se había contagiado de la alegría de su rey, el Duomo. Eventos en cada esquina, patios para redescubrir que mostraban susintensos verdores tras rejas de forja semi abiertas que insinuaban pero no enseñaban; ¿dónde habían estado todos estos años? me preguntaba yo. Escaparates que eran la perfección personificada, armonía pura, daba la sensación de que nada podía moverse un centímetro o todo colapsaría. Se podían admirar telas cromadas, únicas, como traídas de oriente un mercader Veneciano del siglo 16. Todo emanaba la modernidad más absoluta, nada hay en toda Europa que pueda superar la vanguardia Milanesa cuando se lo propone. Milán quiere volver a ser el centro del diseño como cuando Gio Ponti o BBPR modificaban las formas clásicas con sus creaciones como la Torre Pirelli. Es por ello que la exposición universal nos mostrará cómo los italianos vuelven a ser, en cuanto al arte se refiere, los auténticos césares del Imperio de occidente.
Escuchaba yo extasiado, a la gente de mi entorno hablar del fuori salone sin saber muy bien el significado de ello. Creíentender que eran unos eventos que tenían lugar en los diferentes showrooms por todo el centro cita. Y así me pareció en un principio cuando fui invitado por ARTEMIDE a uno de ellos en su showroom de Corso Monforte. Ahí pude disfrutar de mi primer Proseccoentre lámparas sin igual que proyectaban sus luces y sus sombras en aquel magnífico espacio mientras la gente dejaba en casa su traje gris, aparecía de entre las callejuelas con su curiosidad, sus elegantes portes y su encanto seductor. Habían despertado del letargo.
Sin embargo, fue algo que ocurrió luego lo que de verdad me ha hechoredescubrir Milán en mi propio Grand Tour. Decía la gente que detrás de la Scala hay un barrio llamado Brera, que acoge con especial ímpetu estas jornadas de fuori salone. Tomé la decisión y hacia allí me aventuré dejando las lámparas de ARTEMIDE brillar por si solas ante la mirada de los curiosos.
Después de 30 minutos de entretenido paseo, cuando ya casi daba mi ilusión de conocer algo nuevo y diferente por perdida, comenzaron a aparecer de la nada unos cartelitos rojos que colgaban de fachada a fachada a modo de banderines como en una verbena pueblerina. Con mi miopía tan solo alcanzaba a leer “Brera”. Seguí intuitivamente la pista que dejaban y fue entonces, cuando entré en otro mundo.
Palacios imposibles abiertos de par en par, en cuyos patios coloreados se vislumbraban obras modernas, el brillo del metacrilato contra la piedra satinada, que maravilloso contraste! Aparecieron un sinfín de terrazas ante mí, todas abarrotadas, de repente tenía bicicletas a un lado y al otro, olores de perfumes exquisitos, todo lo imaginable y lo que no en los escaparates, objetos pequeños y grandes, de ayer y hoy, y que prendas!, el sonido de botellas de prosecco descorchándose sin pausa, la gente sonreía, parecía que todas ellas llevaban la máscara de la guapura de Lord George Hell y la ropa hecha a medida y los colores escogidos por el mismísimo Ios, aquello era una orgía de felicidad.
Para rematar tan estupenda velada, la anfitriona nos llevó a un lugar único. La trattoria AL MATAREL regentada por una encantadora pareja de ancianos en sus 80 y largos, diría yo. El lugar era un pequeño museo con mesas de madera. Arte por cada esquina y es que en sus tiempos dorados, fue resguardo de políticos de izquierdas y artistas, que para poder probar las suculentas recetas de Ioana, pintaban frescos en las paredes. Ahora, algunos de los cuadros de esos artistas están hoy en museos de renombre mientras que los murales de AL MATAREL comparten protagonismo con las suculentas pastas y las exquisitas lámparas de cristal de Murano. A continuación tras dejar atrás la Via Solferino, siguió la noche en el JAMAICA de la Via Brera, un ambientado bar tradicional muy recomendable.
De todo el arte que vi, me llamó la atención un artista en especial. Benvenuto mostraba unas toscas piedras, bastante grandes y de feo aspecto exterior, con moho incluso. Sin embargo cuando te acercabas para mirarlas mejor, veías que los bloques estaban esculpidos por dentro, vaciados y sorprendentemente sus paredes interiores eran de los mármoles más preciosos y puros que jamás he visto. Las piedras se las encontraba al artista un druida que habita los bosques de una región cercana a Carrara. Me pregunto si sucederá igual con los milaneses, si solo hace falta que alguien o algo penetre esa dura y escarpada capa exterior para encontrar una hermosa alegría satinada como la que allí se respiraba.
Bernabé Rodríguez-Pastrana R.»
Muchas gracias Berna por este paseo por Milán y el Fuori Salone, siempre es un placer verlo desde tus ojos.
– GALÁN SOBRINI ARQUITECTOS –